REFLEXIONES DE UNA PRACTICANTE DE KYUDO
Este año, por primera vez en los
tan solo cinco años que llevo practicando kyudo, asistí al curso que se
organiza anualmente en el centro Dechen Chöling, en Francia. Allí, tuve la
oportunidad de practicar con gente de muchos países, conocer en persona a Shibata
Sensei XXI y practicar más días seguidos que nunca.
Normalmente, los cursos en los
que participo con Fernando y mis compañeros de Yoko Kyudo duran a lo sumo unos
cuatro días, mientras que la práctica en Francia se prolongó durante doce. Por
un lado, la sensación no fue tan diferente. Me pasó como me pasa siempre en los
cursos de kyudo: el tiempo se detiene y mi existencia tiene lugar dentro de una
burbuja donde lo único que existe es una sucesión de “ahoras”. Pero, por otro
lado, practicar durante tantos días seguidos me ofreció la oportunidad de
saborear muchos detalles de la práctica y de mí misma.

Ésa es una de las cosas que el
kyudo te enseña: que la evolución no es nunca lineal y que no tiene sentido
albergar expectativas para el próximo tiro, porque va a ser completamente
diferente del anterior. Es una lección que cuesta mucho aprender (al menos, a
mí me cuesta mucho) y que sé con certeza que aún no he aprendido, pero ya sólo ser
consciente de que esa sensación existe tiene gran valor.
Desde que volví del curso, no he
practicado kyudo (ya que donde vivo aún no es posible), pero he tratado de
continuar la costumbre de hacer meditación sentada durante media hora cada
mañana, como hacíamos en el centro en Francia. Y lo estoy consiguiendo. Para
mí, ese hecho en sí mismo es un gran avance, ya que tengo una especial
reticencia a sentarme para simplemente ser y no hacer nada, y me resulta muy
difícil no darle importancia a los pensamientos que quieren llevarse con ellos
mi atención. Meditar mediante el kyudo me resulta más sencillo, porque al menos
me estoy moviendo y puedo centrar en ello mi atención, pero concentrarme
únicamente en mi respiración y dejar pasar los pensamientos me cuesta
muchísimo.
Hoy, tras hacer unos ejercicios
matutinos que me han requerido bastante disciplina y esfuerzo, me he sentado a
meditar con una actitud mucho más positiva (comparado con los ejercicios, meditar
incluso me apetecía). Estaba tranquila y relajada, y he experimentado lo mismo
de lo que hablaba antes: he atisbado esa sensación de desprenderme de mi ego y
de reconocerle a él como artífice de todas mis resistencias y expectativas.
En ese momento, me ha venido a la
cabeza la frase de Morihei Ueshiba, fundador del aikido:
“La verdadera victoria es la victoria sobre uno mismo”,
y lo que nos dijo Shibata Sensei
XXI:
“Cuando saludamos al mato, estamos saludándonos a nosotros mismos.”

Esa victoria no se consigue
peleando, sino aceptando. Que llega sola cuando nos reconocernos a nosotros
mismos con respeto y nos dejamos ser sin expectativas. Porque no tiene sentido
querer hacerlo mejor la próxima vez, porque el camino no es siempre ascendente.
Porque mañana será diferente a hoy. Porque cada paso es distinto al anterior.
Porque cada tiro, cada respiración, son únicos.
Simplemente, son.
E.R.G.
Comentarios
Publicar un comentario
Gracias por tu comentario. Aparecerá publicado en cuanto sea aprobado.